les comparto mi vida

Ayer

Hay días en los que sabes que todo saldrá a pedir de boca, mañanas en las que –al abrir tus ojos recién despierto- sientes que todo está confabulado para obtener resultados satisfactorios. El por qué aún no me lo explico… simplemente es una sensación que te inunda y que te resulta.

El agua que recorre tu cuerpo al estar en la ducha, hace que tus funciones cerebrales recobren su estado óptimo (comienzas a tener conciencia de la realidad en la que estás); acto seguido el champú y el jabón aparecen para terminar el acto de la ducha matutina. Qué perfecto inicio para una mañana prometedora. Higiene bucal, preparativos de la imagen personal y listo para preparar el desayuno y comida del día… y tu intuición te sigue diciendo: algo será distinto hoy.

Tráfico citadino, ínfima tortura del mundo “civilizado” que no es más que un ladrón del valioso recurso personal: nuestro tiempo. La búsqueda incesante e inminente de la canción adecuada para cada momento del trayecto, permite encontrar sonoros tesoros que sosieguen la impaciencia por llegar a nuestro destino.

Saludo de buenos días cordial en la entrada del edificio, posterior al pase del gafete en la puerta de ingreso; y sigue la sensación de que el día no será un viernes cotidiano. Los correos electrónicos no se hacen esperar, aun cuando la noche anterior se depuraron varios, ellos se reproducen de manera inimaginable. La sorpresa preparada la tarde del jueves fue tan efectiva que todos se sorprenden de la misma, el festejado se siente feliz… se decreta, misión cumplida.

Pequeño polvorón de nuez que me deleita con su sabor (un tanto natural) en esa mañana fría (no tanto) y lluviosa (solamente chispeando), que en conjunto a una extraña combinación con jugo de naranja fresco y una plática agradable hacen de mi desayuno matutino una buena experiencia.

La entrada a reuniones tediosas no me resulta nada agradable, sin embargo, sé que posiblemente todo va a mejorar (continua la sensación con la que amanecí) más no supe exactamente cuándo empezaría a funcionar mi corazonada. Generalmente, intento que mi lógica le gane a mi sensación, pero la lucha combativa entre ambas, resulta una pelea encarnizada por dictar mis actos… ¿ganador? Ninguna ha tenido la dicha de ganar la guerra (mi salud mental lo agradece).

Inminente anuncio de que el proyecto encomendado peligra, empieza a inquietarme… el control de daños es requerido en su total, y toda mi atención se vuelca a resolver la situación, no tanto por lo que implique para efectos de implementación, sino más bien, por el hecho de que movió mi ego personal (“dicen que no lo hiciste bien”). El sacrificio de reunirme con personas que tengo en mucha estima, fue el alto precio que tuve que pagar para lograr la satisfacción de poner en marcha el dichoso proyecto ¿será que siempre es necesario pagar el precio?

Inquietud constante al ver que la hora de inicio para el fin de semana se acerca cada vez más… no es que lo hubiera deseado tanto, puesto que para mí, ya había comenzado desde el jueves (el día anterior), por lo que no era un motivo suficiente para estar motivado a invitar al tiempo a que acelerara su caminar.

“Vas a ir con nosotros, ¿verdad?” fue la afirmación-pregunta que selló mi destino para el resto de la tarde; mientras que me hacía a la idea de acudir con compañeros a una convivencia de trabajo, en mi mente comenzaba a resonar que ese día, no sería como los otros… y así fue, con la ayuda del licor de café mezclado con tequila, las palabras fluyeron de mi boca para inundar –en conjunto con la de mis compañeros- todo el lugar. Así que entre equipales y palomitas de maíz, nuestros paradigmas y opiniones empezaron a hacerse presentes frente a nuestros ojos.

Entre las risas, las discrepancias y las correcciones, nuestras personalidades nos hicieron más afines a unos con otros. El rompimiento del hielo, fue innegable. Ya no solo éramos compañeros de trabajo, sino colaboradores con un mismo fin, ser profesionales (o al menos, así nos expresamos). Ideas que congenian, temples similares, buena plática que me hacen sentir bien, demasiado bien. Me hace recordar tiempos pasados, cuando era feliz (no es que no lo sea ahora, sino que lo era de manera distinta)

Mi reloj me hace hincapié en que debo irme, otro compromiso me espera y no puedo cancelarlo a esas alturas; es necesario que me dé prisa, porque me están esperando ya. Destino inmediato: mi casa, para alistarme en forma seudo-instantánea y llegar a la hora prometida. La lluvia sigue cayendo uniformemente por toda la ciudad (literal) desde que dejé mi equipal y me despedí de todos.

El asfalto mojado es un traicionero medio que permite el transporte, sin embargo, la cautela al conducir es un requerimiento cuando la lluvia hace su presencia. Personas conglomeras en un espacio que no es apropiado para la cantidad de individuos que estábamos ahí, pero se respira un ambiente que me hace sentir en confianza. Licor y chocolate hacen de mi noche (ahora casi madrugada) un buen preámbulo para la tertulia que me esperaba.

Tiempo, terrible enemigo de todos los que disfrutamos de la buena compañía; pasa demasiado rápido. Inexplicable la manera en cómo parece acelerar su ritmo, a sabiendas que siempre va delante de nosotros, sin importarle nada. Tertulia deliciosa con tantos que ya conocía, más un invitado. Manjar exquisito de música en vivo (con trompeta y violín incluidos) que hacen de mi estadía, una placentera experiencia. Viniles en la tornamesa, que suenan a jazz.

Regreso a mi habitación, después de muchos minutos. Sabiendo que el día fue todo, menos cotidiano… duermo con la duda de si mañana tendré la misma sensación

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